Por un lado, Borges está en todas partes: en las librerías, desde ya, pero también en la tele, en boca de todos, ahora en las redes sociales. Por otro, no está en ninguno: su omnipresencia es la omnipresencia de un dios, indiferente al tiempo y al espacio. Es este carácter monumental, sagrado, lo que hizo que su obra se vuelva una especie de obligación, de mandato, expresada en la pregunta inquisitoria “¿leíste a Borges?”. Sin embargo Borges era un lector hedonista. Si no le gustaba un libro lo abandonaba y recomendaba hacer lo mismo. Para recuperar este Borges, para desempolvar y reanimaral Borges solemne, Magdalena Cámpora propone seguirlo en el tiempo que vivió y el espacio que habitó, y así mostrar sus múltiples facetas: el Borges ciego con esa aura de clarividencia de la vejez (módulo 2), la relación de Borges con la Argentina (3), el Borges joven que la recorría en tren como conferencista (4), la forma en la que construye sus relatos (5) y el lugar algo desatendido que en ellos tienen el cuerpo y las pasiones, la vileza y el asco (6).

El primer Borges es tal vez el que todos tengamos en nuestra retina: viejo, ciego, bastón en mano, Tiresias o Jorge de Burgos, alegoría de la sabiduría y de la erudición. Y lo cierto es que hay de qué impresionarse: en el Collège de France, se amontonan en su conferencia figuras como Henri Michaux, Yves Bonnefoy, Raymond Aron. ¿Por qué? ¿Qué había en él y en su obra capaz de invertir la admiración que el sur suele sentir por el norte, y la indiferencia que el norte puede sentir por el sur? Un hecho muy concreto. Es el que se expresa paradigmáticamente en el uso que hace Foucault de Borges al principio de Las palabras y las cosas, y que muestra que con su literatura Borges había estado haciendo lo mismo que lo que empezaba a hacer la elite intelectual francesa: cuestionar nuestra experiencia del orden.

Según Ricardo Piglia, Borges resulta de dos linajes: el de los libros y el de las armas, el culto y el militar, que de alguna manera hacen eco a los del Facundo de Sarmiento, civilización y barbarie. Borges recurre a cada uno de ellos para mirar con asombro al otro y, gracias a ambos, explorar su ciudad, su pasado, su idioma. Lo fascinan sus límites, que busca atravesar, ya sea en un sentido literal, gracias a sus caminatas que lo llevan a los suburbios, ya sea en un sentido literario, gracias a sus ficciones que imaginan mundos alternativos. En última instancia, ambos movimientos son parte de una misma investigación, de un mismo deseo: dotar a Buenos Aires de una mitología propia.

Por un lado, en los viajes en tren que Borges realiza a lo largo y ancho del territorio argentino, entre 1949 y 1955, puede apreciarse su relación íntima, visceral con la literatura: “leía los libros con la página casi tocándole la nariz”, cuenta Estela Canto. En ellos, con ellos, Borges fue construyendo su panteón literario. Pero por otro lado, todo lo que Borges ve pasar, de a poco va entrando en su literatura. Magdalena Cámpora lo muestra gracias a un análisis detallado del cuento “El Sur”, de 1953, que revela que si bien es cierto que Borges le tocó a la Argentina, también es cierto que la Argentina lo tocó a él.

Los relatos de Borges exhiben su propia construcción; cuentan, ellos mismos, cómo son construidos. En este módulo, se analizan los mecanismos precisos que Borges utiliza para mostrarle al lector el revés de sus cuentos y encarnar en una técnica su célebre concepción de la belleza, según la cual el hecho estético consiste en la inminencia de una revelación que no se produce.

El Borges que camina, el Borges que viaja, el Borges que se mueve anuncian un objeto que en este último módulo se vuelve central: el lugar del cuerpo en la literatura de Borges. Magdalena Cámpora construye un análisis original de él a través de lo que los personajes comen, de la experiencia que hacen de su propio cuerpo, en el pudor o en la soledad, y finalmente a través de lo que el cuerpo revela con sus sensaciones y visiones, porque finalmente es en él donde se ancla lo que la literatura de Borges es y permite, a saber, una amplificación de la vida.