Si de golpe un ciego, que podía distinguir gracias al tacto un cubo de una esfera, recupera la vista, ¿va a reconocer el cubo y la esfera sin tocarlos? La respuesta de Locke, por ejemplo, era que no, y tenía dos consecuencias: el escepticismo y el relativismo en materia de conocimiento. La revolución kantiana va a permitir, entre otras cosas, evitar estas consecuencias rehabilitando la posibilidad de la metafísica –o de una metafísica.

¿En qué consiste, exactamente, la revolución kantiana? En pocas palabras, en demostrar la existencia de ciertos conceptos a priori, es decir, de ciertas ideas anteriores a la experiencia pero que le dan a ella su forma. Por eso decimos que a partir de Kant, el conocimiento deja de girar en torno al objeto y pasa a girar en torno al sujeto: los objetos tienen la forma que les damos. Es cierto, a partir de Kant ya no podemos conocer las cosas en sí, las cosas como son en sí mismas independientemente de nuestro conocimiento. Pero si nos ponemos de acuerdo en llamar “fenómenos” a las cosas tal como se presentan universal y necesariamente para nosotros, el conocimiento tampoco es algo personal o arbitrario.

Una de las consecuencias inevitables de la revolución kantiana es la limitación del conocimiento. Ya no podemos conocer las cosas en sí; sólo conocemos los fenómenos. Nuestra razón, sin embargo, espontáneamente, tiene la pretensión de aplicar sus conceptos a objetos que están más allá de la experiencia: Dios o el alma, por ejemplo. Y esa tendencia es fuente de falacias y contradicciones. El objetivo de la crítica kantiana consiste justamente en inventar las herramientas para poder distinguir un uso legítimo y un uso ilegítimo de la razón y así, por un lado, garantizar la posibilidad la ciencia y de la metafísica, y por otro, evitar los problemas sin solución, como si el universo tiene un principio o si el alma es inmortal.

Desde un punto de vista teórico, no podemos saber si el alma es inmortal o no, sencillamente porque no es un objeto que se da a nuestros sentidos. Dado que no es de ninguna manera observable, no podemos saber nada del alma. Sin embargo, desde un punto de vista práctico, es necesario aceptar ciertos postulados: la inmortalidad del alma, pero también la libertad de nuestra voluntad y la existencia de Dios. Esos postulados son las condiciones para un universo moral, y como ese universo no es un ideal sino parte de nuestra realidad, hay que aceptar esas condiciones. ¿Implica esto volver atrás o contradecirse, decir que en realidad sí podemos conocer objetos como el alma o Dios? No. Implica sencillamente sostener que ciertos objetos son inaccesibles desde un punto de vista teórico pero necesarios desde un punto de vista práctico. Es así como se responde a la pregunta inicial: Kant es y no es un revolucionario, en el sentido que su revolución equivale a una refundación.