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¿Existe un derecho al sexo?

Por 
Danila Suárez Tomé
¿Existe un derecho al sexo?

¿Existe un derecho al sexo?

El 23 de mayo de 2014 se produjo en Isla Vista, California, EE. UU., una de las masacres más resonantes de la última década. Elliot Rodger, un joven estadounidense de 22 años, apuñaló a sus dos compañeros de departamento y a un visitante, tomó su auto y condujo hasta la sororidad universitaria Alpha Phi para iniciar un tiroteo en el que terminaría matando a seis personas e hiriendo a otras catorce. Entre el asesinato en su departamento y el comienzo del tiroteo, Roger subió desde su auto a YouTube un video titulado "Elliot Rodger's Retribution" (la retribución de Elliot Rodger) y envió desde su celular un manifiesto de 107.000 palabras titulado "My Twisted World: The Story of Elliot Rodger" (mi mundo retorcido: la historia de Elliot Rodger) a treinta y cuatro personas cercanas a él. En ambos documentos Rodger exponía las razones de su ataque. Se trataba de su “día de venganza”, del "día de la retribución", aquel día en el que finalmente iba a cobrarle a la humanidad entera el hecho de ser rechazado sexualmente por mujeres que prefieren estar con hombres más atractivos que él. El 23 de mayo de 2014 fue el día en el que Rodger inició, según sus propias palabras, su “guerra contra las mujeres”. Rodger finalmente se suicidó estrellando su auto luego de un enfrentamiento con la policía local.

La masacre de Isla Vista es conocida como uno de los actos de terrorismo misógino más brutales de la historia. Si bien Rodger no sólo asesinó e hirió a mujeres, ellas eran su objetivo principal. La misoginia es reconocida internacionalmente desde 2018 como una ideología basada en la supremacía masculina capaz de propulsar actos masivos de violencia. La filósofa Kate Manne en The Logic of Misogyny define a la misoginia como un sistema que opera dentro del orden social patriarcal para vigilar y hacer cumplir la subordinación de las mujeres y defender el dominio masculino. Ello se consigue controlando, vigilando, castigando y exiliando a las mujeres que desafían este orden, recompensando a las que no lo hacen y señalando a otras para que sirvan de advertencia a las que se salen del guión. En la masacre de Isla Vista, Rodger buscaba castigar a las mujeres que no se querían acostar con él, desafiando un presunto derecho masculino al sexo.

El caso de Rodger no es único en la historia reciente. Se considera a la masacre de Montreal (1989), en donde Marc Lépine asesinó a catorce mujeres en nombre de la lucha antifeminista, como el primer caso documentado de terrorismo misógino. Aunque individuales en su accionar, se ha mostrado que casos como los de Rodger tienen un origen grupal en espacios extremistas de lucha por los derechos de los hombres y en grupos de incels, el acrónimo con el que se reconocen los célibes involuntarios. Si bien esta denominación se originó online en los 90 para proveer contención a personas de todas las identidades de género que se sentían solas y sexoafectivamente aisladas a pesar de su deseo, la comunidad incel fue convirtiéndose lentamente en un refugio para jóvenes varones insatisfechos, enojados y resentidos con las mujeres.

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Danila Suárez Tomé
Dra. en Filosofía (Universidad de Buenos Aires)
Danila Suárez Tomé es Doctora en filosofía. Posee diplomas de posgrado en Género y Derecho y en Filosofía de las Ciencias Cognitivas. Es investigadora asistente del Instituto de Investigaciones Filosóficas (IIF-SADAF) y docente universitaria (UBA, UNTREF). Su área de interés es la filosofía feminista, y en especial la epistemología feminista.

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¿Existe un derecho al sexo?

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Resumen
En su libro El derecho al sexo, la filósofa Amia Srinivasan explora algunos de los temas más controversiales para el feminismo contemporáneo: el trabajo sexual, la pornografía y el modo en que las estructuras sociales y políticas moldean el deseo propio y ajeno.
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¿Existe un derecho al sexo?

El 23 de mayo de 2014 se produjo en Isla Vista, California, EE. UU., una de las masacres más resonantes de la última década. Elliot Rodger, un joven estadounidense de 22 años, apuñaló a sus dos compañeros de departamento y a un visitante, tomó su auto y condujo hasta la sororidad universitaria Alpha Phi para iniciar un tiroteo en el que terminaría matando a seis personas e hiriendo a otras catorce. Entre el asesinato en su departamento y el comienzo del tiroteo, Roger subió desde su auto a YouTube un video titulado "Elliot Rodger's Retribution" (la retribución de Elliot Rodger) y envió desde su celular un manifiesto de 107.000 palabras titulado "My Twisted World: The Story of Elliot Rodger" (mi mundo retorcido: la historia de Elliot Rodger) a treinta y cuatro personas cercanas a él. En ambos documentos Rodger exponía las razones de su ataque. Se trataba de su “día de venganza”, del "día de la retribución", aquel día en el que finalmente iba a cobrarle a la humanidad entera el hecho de ser rechazado sexualmente por mujeres que prefieren estar con hombres más atractivos que él. El 23 de mayo de 2014 fue el día en el que Rodger inició, según sus propias palabras, su “guerra contra las mujeres”. Rodger finalmente se suicidó estrellando su auto luego de un enfrentamiento con la policía local.

La masacre de Isla Vista es conocida como uno de los actos de terrorismo misógino más brutales de la historia. Si bien Rodger no sólo asesinó e hirió a mujeres, ellas eran su objetivo principal. La misoginia es reconocida internacionalmente desde 2018 como una ideología basada en la supremacía masculina capaz de propulsar actos masivos de violencia. La filósofa Kate Manne en The Logic of Misogyny define a la misoginia como un sistema que opera dentro del orden social patriarcal para vigilar y hacer cumplir la subordinación de las mujeres y defender el dominio masculino. Ello se consigue controlando, vigilando, castigando y exiliando a las mujeres que desafían este orden, recompensando a las que no lo hacen y señalando a otras para que sirvan de advertencia a las que se salen del guión. En la masacre de Isla Vista, Rodger buscaba castigar a las mujeres que no se querían acostar con él, desafiando un presunto derecho masculino al sexo.

El caso de Rodger no es único en la historia reciente. Se considera a la masacre de Montreal (1989), en donde Marc Lépine asesinó a catorce mujeres en nombre de la lucha antifeminista, como el primer caso documentado de terrorismo misógino. Aunque individuales en su accionar, se ha mostrado que casos como los de Rodger tienen un origen grupal en espacios extremistas de lucha por los derechos de los hombres y en grupos de incels, el acrónimo con el que se reconocen los célibes involuntarios. Si bien esta denominación se originó online en los 90 para proveer contención a personas de todas las identidades de género que se sentían solas y sexoafectivamente aisladas a pesar de su deseo, la comunidad incel fue convirtiéndose lentamente en un refugio para jóvenes varones insatisfechos, enojados y resentidos con las mujeres.

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El crecimiento de esta comunidad, y los casos de violencia asociados a ella, se dio a la par de las profundas transformaciones culturales que el feminismo viene propulsando desde mediados del siglo XX. Si bien el activismo feminista logró motorizar a lo largo del planeta una verdadera revolución del orden social patriarcal, esta revolución todavía se encuentra incompleta. Y aún cuando ciertos sectores liberales del movimiento feminista consideran que ya habitamos un mundo postfeminista —cuando menos en las sociedades occidentales—, la realidad material se impone férreamente a esta perspectiva. La feminización de la pobreza, el resurgimiento de los discursos de derecha impunemente machistas y la imposibilidad de disminuir los crímenes de violencia basada en el género son algunos de los fenómenos que asedian el diagnóstico de los feminismos liberales. Que algunas mujeres hayan logrado avanzar en un mundo construido por valores masculinistas no implica que la liberación de las mujeres sea una realidad. En este contexto, y bajo esta premisa, se inserta El derecho al sexo de Amia Srinivasan, un conjunto de ensayos de exploración filosófica en los fundamentos de la violencia misógina y sexual del mundo contemporáneo.

En la línea de pensamiento inaugurada hace casi cincuenta años por la jurista y teórica feminista Catherine MacKinnon, Srinivasan localiza los orígenes de la violencia misógina en la iniquidad sexual dominante del orden patriarcal que estructura nuestra sociabilidad. En los cinco ensayos que componen el libro, la filósofa bareiní radicada en Oxford se dedica a reflexionar en torno a las políticas y éticas del sexo actuales, para invitarnos a pensar en si tenemos la capacidad de construir un futuro de libertad e igualdad sexual donde los casos como los de Rodger no tengan lugar. Con este propósito, la autora se embarca en la problematización de una serie de fenómenos relacionados con la sexualidad que son complejos de abordar desde la teoría feminista sin ningún tipo de repercución crítica dentro del propio movimiento.

En ciertos sectores mainstream del feminismo es extendida hoy día la idea de que el sexo y el deseo son parte de un dominio autónomo que debe quedar por fuera del debate político por temor a la moralización. El sexo, de este modo, forma parte de “lo privado”, el deseo no se cuestiona e incluso todo lo que hacemos las mujeres tiene la capacidad de ser catalogado de emancipatorio solo porque lo deseamos, ya sea tener “sexo vainilla” con tu novio o vincularte únicamente con un satisfyer. En este contexto, cualquier reflexión crítica sobre el deseo y la actividad sexual se asume por principio como un intento de coacción y moralización conservador. En contraste, Srinivasan decide recuperar el espíritu de las feministas radicales de los 70 —cuyo lema era “”lo personal es político”— para mostrar la importancia de politizar el sexo no como una herramienta de control, sino de liberación:

¿acaso lo que deseamos no está hondamente cincelado por normas sociales que nos orientan hacia ciertos cuerpos y ciertas prácticas antes que otras? ¿Podríamos, a través de la reflexión crítica, abrir la posibilidad de una sexualidad realmente más libre?. 

Exacerbando la complejidad de un análisis filosófico feminista sobre el deseo y la sexualidad, los temas que se toman como objeto de análisis en El derecho al sexo son parte, además, de un conjunto de tópicos polarizantes dentro del movimiento feminista: el trabajo sexual, la pornografía, el movimiento “#MeToo”, las estrategias legales frente el abuso sexual y la violencia basada en el género, entre otros. En este respecto, Srinivasan opta por ofrecernos una serie de reflexiones matizadas que no se corresponden ni con el rigorismo separatista de las feministas radicales “antisexo” de los 70, ni con el discurso feminista liberal contemporáneo que, en sus palabras, no logra discernir la verdadera emancipación de meras negociaciones con la opresión. Srinivasan realiza una apuesta fuerte dentro de los estudios feministas dejando en claro que quiere pensar el problema del sexo y del deseo más allá del marco del consentimiento legal, en clave interseccional y no punitivista. Su propósito es provocativo, porque explícitamente decide no plegarse a la tradición dominante dentro del feminismo que busca resolver los problemas de la política sexual con herramientas legales.

En el primer ensayo, dedicado al fenómeno detrás del #YoTeCreoHermana, Srinivasan analiza el escepticismo selectivo en el caso de los crímenes sexuales, a partir del cual se tiende a dudar de la palabra de las mujeres, y problematiza la respuesta que se dio a esta situación desde el movimiento #MeToo. ¿Puede solucionarse este problema desde la justicia? ¿Está bien que las mujeres recurran a otras herramientas de denuncia social? ¿Qué implica “creerle siempre a las mujeres”? Srinivasan argumenta que este problema es irresoluble desde la perspectiva punitiva y carcelaria, una postura que sostendrá en diversas razones a lo largo de todos los capítulos. Estas preguntas, y el problema de las herramientas legales construidas por feministas, reaparecen en el cuarto ensayo dedicado a indagar en los debates en torno a las relaciones sexoafectivas entre docentes y estudiantes mayores de edad. La autora elige abordar este tema explícitamente desde la filosofía de la educación, y no desde la ética o el derecho, para argumentar por qué “acostarse con estudiantes”, aún cuando sea con consentimiento, no es una buena idea en términos pedagógicos. 

El tercer ensayo, junto a su coda, están dedicados en profundidad a explorar filosóficamente la pregunta de si existe un derecho al sexo. Obviamente, la respuesta es negativa, a menos que, como dice la autora, pensemos como violadores. Esta es una pregunta retórica destinada a abrir el campo de exploración política del deseo y la sexualidad. Por un lado, Srinivasan analiza el sentido de derecho sobre el cuerpo de las mujeres que creen tener los varones involucrados en comunidades incel o de lucha por los derechos de los varones, y cómo esto se encuentra relacionado con una ideología sexista que los legitima en su sentimiento. Pero, por otro lado, también decide desviarse hacia un tema más espinoso dentro del feminismo, el análisis político del deseo propio. Lo que le interesa mostrar a Srinivasan es que, si aceptamos que la política sexual influye en los varones para hacerlos sentir con derecho al sexo, entonces la política sexual también es capaz de influir en nuestro deseo. La sexualidad y el deseo, por lo tanto, no son naturales ni privados, sino que están formateados culturalmente por una matriz estructural de sociabilidad que es racista, clasista, sexista, capacitista, cisexista y heteronormada. No dar cuenta de ello, y pensar que, simplemente, tenemos preferencia por ciertos cuerpos y prácticas “porque sí”, es pecar de ingenuidad política. 

El segundo ensayo está dedicado a pensar la pornografía con matices y desde una perspectiva feminista que no tema politizar la sexualidad, pero que tampoco peque de idealista. Srinivasan delinea una detallada historia de las guerras del porno de los 80 para rescatar y objetar puntos de todas las posturas involucradas, las radicales (en contra de la pornografía) y las pro-sex (a favor de la pornografía). A partir de esta labor de genealogía feminista, recupera el problema del carácter formativo del porno en el contexto actual donde la pornografía está al alcance de todas las personas las veinticuatro horas del día —algo que no sucedía en la década de los 80—, y donde no parece posible eliminarla. El mercado del sexo reaparece en el último ensayo, dedicado a pensar las respuestas carcelarias al trabajo sexual. Srinivasan asume explícitamente la iniquidad de género, clase y raza que es estructural del trabajo sexual, y el hecho de que se trata de una institución patriarcal altamente difícil de reformar. No obstante, no titubea ante la asunción de una postura de descriminalización absoluta del mercado sexual para mejorar las condiciones de vida de las trabajadoras del gremio.

La cárcel no forma parte de ninguna solución posible de la desigualdad de género, ni en este caso ni tampoco en el caso de la violencia basada en el género. Esta última es quizás la apuesta más controversial de Srinivasan, quien, en el último tramo del ensayo final, se ocupa de mostrar desde una perspectiva abolicionista del sistema carcelario, cómo las soluciones punitivas al problema de la violencia basada en el género no sólo no resuelven el problema de la violencia machista, sino que terminan afectando desproporcionadamente a las mujeres más socialmente desventajadas.

La fortaleza del libro de Amia Srinivasan es que consigue navegar con firmeza a través de debates complejos dentro del feminismo sin caer en caricaturizaciones de las posturas en juego ni simplificar el carácter moral y políticamente enrevesado de los fenómenos que involucran.

En este sentido, El derecho al sexo representa un gran ejercicio de filosofía pública feminista en el que se nos invita a reflexionar críticamente, y por fuera de la polarización, sobre temas que nos comprometen emocionalmente: el deseo, el sexo, la violencia. Entregarse a un ejercicio de este estilo no es tarea fácil, porque no hay nada tan personal y a la vez tan político como la sexualidad. ¿Es posible un futuro sexualmente igualitario? ¿Llegará, por fin, la liberación sexual que las feministas deseamos? Nada de esto puede ser pensado sin antes indagar en temas difíciles y dolorosos. Es urgente que crímenes como los de Rodger no vuelvan a suceder. Pero, de acuerdo con Srinivasan, es necesario detenernos a reflexionar sobre el problema de base, el de la política sexual, y sobre las nuevas herramientas feministas que necesitamos construir para cambiarla, porque las que ya tenemos no parecen estar funcionando.

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Danila Suárez Tomé
Dra. en Filosofía (Universidad de Buenos Aires)
Danila Suárez Tomé es Doctora en filosofía. Posee diplomas de posgrado en Género y Derecho y en Filosofía de las Ciencias Cognitivas. Es investigadora asistente del Instituto de Investigaciones Filosóficas (IIF-SADAF) y docente universitaria (UBA, UNTREF). Su área de interés es la filosofía feminista, y en especial la epistemología feminista.

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